ABISMO Y CONFÍN
Experiencia espacial
de una pandemia
“Dejas de ver el
árbol,
dejas de sentirlo.
Dejas de ver las
flores,
como belleza que es y
está ahí.
Esa es la
deshumanización”
María Paz Rojas Verdugo
Tomo una ducha, preparo el café. Al
paso, leo alguna nota del día en mi Smart phone. La veo con cierta distancia
crítica, con la ventaja que me otorga el llevar una vida sin cuarentenas. La
angustia que viven miles, aún no me ha alcanzado. Soy un afortunado y agradezco…
Glorious
Morning diría
un inglés, si viera los rayos de este sol otoñal que hoy me baña. La noche
anterior, pude zambullirme – cual piquero inverso – en su bóveda negra
estrellada. Al mar de silencio nocturno le suceden esta mañana, el rumor de las
bandadas en vuelo.
Monto una bicicleta y me lanzo al
vagabundeo sin mayor destino, por entre callejones y caseríos del campo donde ahora
vivo. Giro desprevenido por los pequeños caminos locales. Me impregno, me
colmo, me rebaso, del aire y del imaginario local.
El sol despunta en el zenit y a la
vuelta de la rueda, alcanzo un paraje. Los diversos tonos de verde, se
descuelgan por el suave lomaje del valle. Mis ojos y mi mente son uno frente al
horizonte abierto.
Enciendo el ordenador. Comienzo una reunión
de trabajo vía zoom. Como es de
esperarse, la tónica es cínica. Pseudo cercanía, pseudo vecindad, pseudo proximidad,
pseudo cotidianidad.
Debemos concebir esta
modalidad, digital y virtual, como extensión de nuestros sentidos y terminales nerviosos.
Agrega un internauta con aires de
cyborg. Un ataque directo al corazón de la espacialidad existencial humana.
El espacio es experiencia en el mundo.
El hombre hace y ordena la cosmovisión cardinal universal; el aquí y el allá,
lo propio. La vida y la muerte, el sol y la luna, el día y la noche. Lo cierto
y lo ignoto, la umbra, la frontera. La espera, la detención, el destierro, el viaje y la esperanza. El ayer y el mañana, el yo, el
nosotros y lo otro. Lo prosaico y lo sublime, lo celeste y lo telúrico, lo
sagrado y lo profano.
La Mundaneidad
(Heidegger) surge de la lucha metafórica y arcana en el seno de su
comprensión; el abismo y el confín. Desde el primer cazador hasta el último
cosmonauta; el hombre concibe el mundo y su orden, desgarrado entre el temor y el
arrojo. Entre el miedo al abismo y el éxtasis de los confines posibles.
En lo pandémico global, el espacio
virtual se instituye rápidamente en baluarte de inocuidad. Lo digital, como lo
fuera otrora la ciudad amurallada o la cárcel, deviene en coerción médica ejercida
sobre el cuerpo.
Empero; ¿Qué ocurre con el ser
espaciante y el mundo concebido?, ¿Qué ocurre con el espacio vivido? ¿Con el
amor y amenidad dados en la interacción con el medio? La extensión nerviosa y neuronal a través
de la red es una trampa. No existe en cuanto tal, porque lo virtual no es un
hábitat ni consiste en un hecho propiamente sensible. No consiente la
experiencia espacial, porque adolece del contacto hombre – naturaleza.
En época de pandemia, lo virtual deviene
más bien en una metáfora de lo abismante. Un mundo – red claustrofóbico y
totalitario, que proscribe la utopía libertaria del hombre espaciante.
Nuestra era global – descontando los
parabienes de la revolución tecnológica –trasunta también en oscurantismo. Una
suerte de regresión medieval, que anatematiza la expansión de la conciencia y
la coloniza en base a falacias virales sustentadas en la incertidumbre, pánico
y violencia disyuntadas (Beck).
En lo pandémico, lo virtual se vuelve
atávico. Deviene – cual religión – en un pontificado que coadyuva el sosiego
forzado del cuerpo, reprimiendo su física, inhibiendo su cinética, deshumanizando
el mundo. La cesación virtual del mundo deviene
en temor; Exacerba lo fóbico y hostil de la codificación y significación
espacial, instaurando el reino del control inquisitorial.
Empero, toda edad oscura anida en su
negrura la promesa del renacer luminoso. El abismo pandémico y global, ha de poblarse
nuevamente por humanismos redentores que exploren el imaginario radical de los
confines y la libertad. Realidad y mundos posibles triunfantes, animados por la
erótica espaciante.
Salvar la vida y la sociedad, se ha
convertido en un imperativo abismal. Pero la crisis nos ofrece también, una
pregunta fundamental acerca de la real existencia humana y la anchura de su
mundo. ¿Hasta dónde ir?, ¿Hasta dónde llegar?. La respuesta será habida en la
libertad de movimiento y no en el encierro; en la fuerza vital y la confianza
del confín exterior y no en el tanatos y el temor represivo del abismo.
*Licenciado en Historia y Geografía PUCV, investigador
de la Geografía Humanística y la estética del paisajes.
Glorious Morning diría un inglés, si viera los rayos de este sol otoñal que hoy me baña. La noche anterior, pude zambullirme – cual piquero inverso – en su bóveda negra estrellada. Al mar de silencio nocturno le suceden esta mañana, el rumor de las bandadas en vuelo.
Monto una bicicleta y me lanzo al vagabundeo sin mayor destino, por entre callejones y caseríos del campo donde ahora vivo. Giro desprevenido por los pequeños caminos locales. Me impregno, me colmo, me rebaso, del aire y del imaginario local.
El sol despunta en el zenit y a la vuelta de la rueda, alcanzo un paraje. Los diversos tonos de verde, se descuelgan por el suave lomaje del valle. Mis ojos y mi mente son uno frente al horizonte abierto.
Enciendo el ordenador. Comienzo una reunión de trabajo vía zoom. Como es de esperarse, la tónica es cínica. Pseudo cercanía, pseudo vecindad, pseudo proximidad, pseudo cotidianidad.
Debemos concebir esta modalidad, digital y virtual, como extensión de nuestros sentidos y terminales nerviosos.
Agrega un internauta con aires de cyborg. Un ataque directo al corazón de la espacialidad existencial humana.
El espacio es experiencia en el mundo. El hombre hace y ordena la cosmovisión cardinal universal; el aquí y el allá, lo propio. La vida y la muerte, el sol y la luna, el día y la noche. Lo cierto y lo ignoto, la umbra, la frontera. La espera, la detención, el destierro, el viaje y la esperanza. El ayer y el mañana, el yo, el nosotros y lo otro. Lo prosaico y lo sublime, lo celeste y lo telúrico, lo sagrado y lo profano.
La Mundaneidad (Heidegger) surge de la lucha metafórica y arcana en el seno de su comprensión; el abismo y el confín. Desde el primer cazador hasta el último cosmonauta; el hombre concibe el mundo y su orden, desgarrado entre el temor y el arrojo. Entre el miedo al abismo y el éxtasis de los confines posibles.
En lo pandémico global, el espacio virtual se instituye rápidamente en baluarte de inocuidad. Lo digital, como lo fuera otrora la ciudad amurallada o la cárcel, deviene en coerción médica ejercida sobre el cuerpo.
Empero; ¿Qué ocurre con el ser espaciante y el mundo concebido?, ¿Qué ocurre con el espacio vivido? ¿Con el amor y amenidad dados en la interacción con el medio? La extensión nerviosa y neuronal a través de la red es una trampa. No existe en cuanto tal, porque lo virtual no es un hábitat ni consiste en un hecho propiamente sensible. No consiente la experiencia espacial, porque adolece del contacto hombre – naturaleza.
En época de pandemia, lo virtual deviene más bien en una metáfora de lo abismante. Un mundo – red claustrofóbico y totalitario, que proscribe la utopía libertaria del hombre espaciante.
Nuestra era global – descontando los parabienes de la revolución tecnológica –trasunta también en oscurantismo. Una suerte de regresión medieval, que anatematiza la expansión de la conciencia y la coloniza en base a falacias virales sustentadas en la incertidumbre, pánico y violencia disyuntadas (Beck).
En lo pandémico, lo virtual se vuelve atávico. Deviene – cual religión – en un pontificado que coadyuva el sosiego forzado del cuerpo, reprimiendo su física, inhibiendo su cinética, deshumanizando el mundo. La cesación virtual del mundo deviene en temor; Exacerba lo fóbico y hostil de la codificación y significación espacial, instaurando el reino del control inquisitorial.
Empero, toda edad oscura anida en su negrura la promesa del renacer luminoso. El abismo pandémico y global, ha de poblarse nuevamente por humanismos redentores que exploren el imaginario radical de los confines y la libertad. Realidad y mundos posibles triunfantes, animados por la erótica espaciante.
Salvar la vida y la sociedad, se ha convertido en un imperativo abismal. Pero la crisis nos ofrece también, una pregunta fundamental acerca de la real existencia humana y la anchura de su mundo. ¿Hasta dónde ir?, ¿Hasta dónde llegar?. La respuesta será habida en la libertad de movimiento y no en el encierro; en la fuerza vital y la confianza del confín exterior y no en el tanatos y el temor represivo del abismo.
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